9.27.2009

EN LA LUCHA CONTRA LA INFIDELIDAD, NOS HACE FALTA SONREÍR

Existen fuerzas que claras o no para el individuo, marcan la pauta de sus acciones.

Llámese noviazgo, matrimonio o concubinato, de carácter heterosexual o no, con un mes de compartir o tras treinta años de estar juntos, la idea misma de compenetrarse con otro ser, ha sido una de las principales preocupaciones si no es que la más grande esperanza del hombre.

La mayoría de nosotros cuando elige a alguien con quien compartir tiene, por lo menos en la fantasía, la esperanza de mitigar la sensación de soledad inherente a nuestra condición humana y de aterrizar el mito de la felicidad en el evento de encontrarse con otro que lo acepte, respete y con suerte ame.

La mayoría de nosotros también, suele describirse a sí mismo como el afortunado poseedor de una escala de valores lo suficientemente firme como para cimentar los principios necesarios para obtener el éxito con la persona adecuada. Entonces, ¿qué hace a una persona honesta, inteligente y trabajadora desviarse de su objetivo? Y, ¿por qué el sentimiento de culpa que se deriva de un “resbalón” no es suficiente para evitar caer de nuevo?

Para responder, es preciso entender las fuerzas que rigen la atracción.

El físico, desempeña un papel medianamente importante y digo medianamente, porque el hecho de que una persona no sea en su apariencia desagradable para otra, basta como para que la atracción pueda manifestarse.

Justo detrás del atractivo físico, se encuentra: La frecuencia del contacto. Muchos estudios han demostrado una tendencia a descartar del plano afectivo a aquellas personas que no coinciden repetidamente en nuestro rango de acción, así como el desarrollo de apegos hacia los más cercanos en el espacio y por un rango mayor de tiempo. Por tanto, no es extraño que muchas parejas surjan de los años de escuela o del vecindario, en la oficina o club deportivo.

Destinar tiempo para la relación, es así nuestro primer objetivo.

Muchas parejas establecidas experimentan sentimientos de incomprensión o vacío cuando la mayor parte del tiempo de cada miembro se consume por separado, siendo probable entonces que de pronto uno se sienta más cercano a un compañero de trabajo o amigo cercano, que a aquél con quien se vive.

Las parejas hoy día sienten que deben aprovechar el poco espacio en que están juntos para resolver conflictos menores que parecen acumularse y posponerse eternamente. Así es como pueden dos quedar entrampados en el principal bemol del contacto cotidiano: Discutir hasta el hartazgo, acumulando un profundo deseo de escapar de lo que nos disgusta y por tanto de la persona amada.

Pasar más tiempo discutiendo que disfrutando, no es precisamente la clave para mejorar una relación; sin implicar con esto que los problemas importantes deban dejarse de lado.

La cantidad de tiempo que se invierte en los placeres compartidos, suele redituar en un incremento directamente proporcional del deseo de permanencia.

La cultura latente de un país, género o sociedad fomentan la traición a manera de ascenso en el escalafón de una sub-cultura. El deseo de aceptación dentro de un grupo puede convertirse en un refuerzo mayor para la autoestima que la preservación del "buen" pero solitario concepto de fidelidad. ¡Y ahí es donde el amante en turno debe derrotar al contrincante!

¿Cómo? Siendo pronto para alabar y celebrar los logros de su compañero, prestando su oreja no sólo para las grandes confesiones sino también para escuchar las peripecias de todos los días, convirtiéndose en cómplice, porrista y, especialmente, compinche para las juergas y consuelo para los días nublados.

La trillada idea de que el Amor debe trabajarse todos los días, tiene más que ver con aprender a ser amigos íntimos del que amamos y no dejar que la rutina borre los pequeños detalles que nos hicieron enamorarnos alguna vez.

Una copa de vino, una nota en el bolsillo, un piropo, vestirte sólo para él, caminar tomados de la mano... No es difícil y puede significar: "Y fueron felices para siempre".

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